Adentrados ya en el noveno mes tras la reforma laboral y a punto de finalizar el verano, parece que nos encontramos en disposición para esbozar algunas evidencias, y no pocas incertidumbres, con relación a nuestro mercado de trabajo.
A nadie se le escapa que asistimos a un preocupante cambio en el escenario económico, que ya afecta a todos los países del mundo, y en particular al nuestro, donde al continuo reajuste a la baja en las previsiones de crecimiento del PIB (4,2% y 2,5% para 2022 y 2023, respectivamente) se le une la dificultad de encajar los datos de empleo con los de la contabilidad nacional.
En efecto, las horas trabajadas siguen creciendo a mayor ritmo que el PIB, lo que no sabemos si se expli-ca por la reciente revisión a la baja del PIB de 2019 y 2020, y al alza en el 2021 hasta el 5,5% (INE) o porque nuestro problema de productividad sigue in crescendo.
Hablemos o no de recesión a la vuelta de la esquina, muchas de las variables (aumento de tipos de interés, efectos en consumo, inversión, exportaciones, evolución del PMI, etc.) apuntan a un otoño caliente y a que nos mantengamos en cifras de desempleo en torno al 13% hasta bien entrado el 2023.
Según datos recientes de Eurostat, España ha sido el país con la peor evolución del empleo en el segundo trimestre de 2022 (-1,1%), frente al promedio del +0,4% de los países de la Unión Europea.
La inflación nos va a acompañar durante un tiempo pese a las dolorosas recetas que se nos vayan imponiendo, sobre todo el alza de tipos de interés, y el presupuesto de la curva de Phillips (relación Inversa entre desempleo y aumento de los salarios) no parece vaya a funcionar en este nuevo entorno.
De los objetivos de la reforma laboral, es el de impulsar el empleo indefinido y controlar la contratación de du-ración determinada el que muestra indudables señales de consecución, lo que no quiere decir que no venga acompañado de algunas externalidades negativas.
Así, a finales de agosto, el 35,34% de los contratos iniciales son contratos indefinidos (40% en el mes de abril), de los cuales, el 38,32% son fijos discontinuos, representando estos por tanto un 13,54% del total de la contratación.
Si nos retrotraemos a la imagen anterior a la reforma, donde la proporción 90-10 (contratos temporales frente a contratos indefinidos) de cada 100 contratos iniciales, con el tiempo se convertían en una proporción inversa 25-75, lo cierto es que ahora esos “vasos comunicantes” no funcionan igual, y en la próxima EPA veremos cuál es la “foto estática” de la proporción temporales / indefinidos de nuestra población ocupada. La actual proporción inicial 65-35 ya es un éxito en los contratos iniciales, pero parece que el modelo actual tiene amplias áreas de mejora.
La reforma laboral parece que ha propiciado un mercado de trabajo más estable, pero menos flexible, y podemos encontrarnos junto al efecto conversión, con un efecto “contención” del empleo indefinido fundamentado en esa normativa y una posible, y posterior, “burbuja” del mercado de trabajo, que nos arroje un saldo final de ocupación y calidad en el empleo no deseado.
De momento y como anticipábamos, las horas trabaja-das siguen incrementándose, y ya no puede achacarse a la incorporación a tiempo completo de aquellos trabajadores que estaban en ERTE de reducción de jornada.
La crisis económica nos exige más flexibilidad que nunca, y las empleadoras necesitan un marco regulador más alineado con entornos cada vez más complejos e inciertos. Tampoco parece razonable que las Administraciones Públicas sigan liderando la temporalidad de nuestro país, máxime cuando hasta antes del verano tenían un ritmo de crecimiento en la contratación además de ajeno a la evolución de la economía- mayor que el del sector privado.
Pero lo cierto es que las empresas están “jugando” el único partido que les permite el estrecho margen que les brinda la normativa laboral. Las rigideces en la contratación temporal han llevado a que el contrato para las circunstancias de la producción, pese a crecer hasta el 52,4% de la contratación inicial, venga acompañada de una menor duración de estos, y esta es una constante histórica que no la ha conseguido modificar la reforma laboral.
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