En salud y seguridad casi siempre aprendemos a posteriori de las crisis económicas. Como ha venido siendo norma histórica, en la salida de la última crisis (2007-2011) una vez más se dio prioridad a la recuperación económica y se relegó a una cuestión totalmente marginal el impacto de esta sobre la salud de los trabajadores, posteriores estudios han demostrado la repercusión que tuvo.
La crisis de coronavirus, como ya comenté en un post anterior, le ha dado la vuelta al calcetín. El desencadenante de esta crisis ha sido justamente un riesgo para la salud y, por tanto, su control y prevención ha pasado a ser el objetivo estratégico prioritario. Algunos países que no han querido verlo así, y han intentado seguir priorizando el mantenimiento de la economía por encima del objetivo de salud, han tenido que acabar dando marcha atrás.
La cultura de priorizar la salud por encima de todo ha entrado de golpe en las empresas, hasta tal punto que han tenido que reorganizar el trabajo de manera radical para perseguir el objetivo estratégico de proteger la salud de los trabajadores, y mantener la actividad productiva, se ha dado la circunstancia que la prevención ha servido para garantizar la actividad, sostener el negocio.
Y aquí viene la pregunta: ¿hay algo más allá del coronavirus? Desde el punto de vista de la salud y seguridad, deberíamos pensar globalmente en las personas y no sólo en el Covid-19. Las medidas de control que se están implantando tienen, lógicamente, al coronavirus como objetivo central, pero su implementación tiene un impacto evidente sobre la salud global de las personas.
De repente estamos lidiando con el teletrabajo, con la necesidad de adecuar un espacio de trabajo en casa, con el imperativo de organizar de manera autónoma nuestras propias tareas. Nos estamos habituando a comunicarnos por teleconferencia, hacemos equilibrios para conciliar el trabajo con la vida familiar, o para mantener hasta donde podemos las actividades de ocio.
En este escenario, las estrategias preventivas en las empresas deberían tener una doble orientación: 1) máximo rigor en la protección de las personas contra el coronavirus, y 2) acción decidida para minimizar el eventual impacto de la reestructuración organizativa del trabajo en la salud de las personas, especialmente en el ámbito psicosocial.
No tenemos experiencia de cómo hacerlo -la situación es absolutamente insólita- pero sí disponemos de algunas evidencias que nos pueden ayudar a saber cómo enfocarlo. Esto es lo que sabemos:
No tenemos recetas. Tampoco nos valen de mucho. El reto es, con estos criterios basados en la evidencia, aprender juntos sobre la marcha para asegurar la salud y la seguridad de todos. En ello estamos.
Salvador Carmona Fálder
Director, Consultora i+3
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