No es ningún secreto que España no lidera los países con una mayor formación en Tecnologías de la Información y Comunicación (TIC) de Europa. En el año 2015, el informe de la UGT titulado “La Brecha Digital en España” afirmaba que el 47% de los españoles tenía un nivel de formación en TIC bajo o inexistente. De hecho, más del 15% de los alumnos de países de la Unión Europea tiene competencias digitales insuficientes, según el “Monitor de Educación y Formación” de la Comisión Europea.
El analfabetismo digital se define como la incapacidad de interactuar, comprender o usar de forma provechosa las nuevas tecnologías, evitando que las personas puedan beneficiarse de los ordenadores e internet. Pues bien, algunos datos que nos aporta el Instituto Nacional de Estadística (INE) y que recoge elDiario.es confirman esta situación ya que, en 2020, el año de la pandemia, un 22% de los españoles no buscaron información en Internet, un 24% no enviaron o recibieron correos electrónicos o un 35% no sabía cómo comunicarse con las Administraciones Públicas por medios electrónicos al no tener los conocimientos necesarios, entre otros datos.
Conclusión: muchos de nosotros somos analfabetos digitales, pero tenemos que ser resilientes y evolucionar adaptándonos a la “nueva normalidad” donde asimilamos el darwinismo que nos ha abocado a la metafórica Matrix pasando del trabajo al teletrabajo y de la vida a la televida.
Bajo esta perspectiva de virtualidad sincrónica o asincrónica y teniendo siempre presente que existen unos factores personales y sociodemográficos que nos caracterizan y que pueden llegar a influir y amplificar los factores estresantes en los individuos, vamos a presentar los cinco creadores de tecnoestrés, según la profesora Monideepa Tarafdar de la Universidad de Lancaster, una de las mayores especialistas en esta materia.
Es indudable que las TIC tienen sus ventajas y un lado amable que todos, en mayor o menor medida, conocemos: utilidad, rapidez, eficiencia, fiabilidad, etcétera, pero también tiene su lado oscuro con sus inconvenientes que pueden derivar en unos resultados nocivos a nivel individual, familiar y social. Si nos centramos en las organizaciones, a nivel laboral podemos encontrar por ejemplo: disminución de la satisfacción con el puesto de trabajo o con el compromiso con la empresa, la disminución del desempeño laboral y de la capacidad de innovación durante el uso de TIC, el aumento del conflicto de rol e incluso la sobrecarga de rol del trabajador.
No es un secreto que el tecnoestrés representa actualmente un gran problema de gestión en organizaciones con dependencia tecnológica y parece evidente que a corto plazo será extensivo a todo tipo de organizaciones. ¿Cómo pueden evitar las empresas esta situación? La solución no es fácil ni rápida y tampoco existen recetas universales. Las organizaciones pueden trabajar aliviando los efectos del tecnoestrés como por ejemplo: estableciendo restricciones de recursos y de usos, rediseñando puestos de trabajo y equipos, trabajando los estilos de liderazgo o mejorando los criterios de selección. Hay varias formas pero es importante trabajar a través de tres mecanismos inhibidores básicos del tecnoestrés como serían:
Iván Ciudad-Valls
Prevencionista y profesor, Universitat Oberta de Catalunya
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