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Para ganar, debemos aprender a perder. Lo dice el profesor del IESE Business School, Santiago Álvarez de Mon, quien defiende la necesidad de aceptar que “tarde o temprano vamos a perder”. “Cuando uno no está pensando en perder, porque no le asusta, es cuando mejor hace lo que hace”, defiende en esta entrevista. Para el profesor del IESE Business School todavía es necesario un análisis más profundo de la crisis y de su dimensión moral.
¿La más importante? La humildad. ¿Por qué? Para estar en contacto con la realidad y hacer las cosas bien, en lugar de estar enamorado de las ideas, para estar conectado a una realidad cambiante y que le interpela constantemente. La humildad es necesaria para estar en contacto con la realidad y analizar bien las sorpresas, los errores, los tropiezos del camino, levantarse cuando se cae y gestionar bien el éxito cuando éste llega.
Cualquier persona que esté en contacto con la naturaleza descubre su insignificancia ante la inmensidad del universo, de la naturaleza. Somos poca cosa. En ese reconocerse insignificante también reside la grandeza del ser humano. Somos paradójicos. La gente que admiro y respeto es gente humilde, ya sea un gran deportista o un empresario millonario. Es gente que reconoce haber tenido suerte, que está agradecido a las oportunidades que le ha dado la vida, que relativiza el éxito y que está con una permanente actitud de aprendizaje. La inteligencia soberbia y autocomplaciente es una contradicción. La inteligencia debería empujarnos hacia la humildad, al saber exprimir el viaje que es la vida y saber hacer las cosas bien.
Porque tarde o temprano vamos a perder. Estamos perdiendo constantemente. “Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir”, decía Jorge Manrique. Nos han entrenado en la victoria, en el éxito, en el agrado… ¿Y la otra orilla? La luz es la otra cara de la oscuridad, por lo tanto hay que aprender también de la oscuridad. A los grandes deportistas, los grandes campeones, como por ejemplo a Rafael Nadal, les gusta ganar. Nadal gana muchísimas veces más de las que pierde porque en lugar de abrumarle la posibilidad de perder, la da por descontada y tiene una relación fluida con ella. Y como no le angustia perder, pues gana. Es como el que intenta dormirse. Cuanto más lo intentas, más te crispas. Ganar es una consecuencia de hacer las cosas bien, no puede ser el objetivo, es la consecuencia. Cuando uno no está pensando en perder, porque no le asusta, es cuando mejor hace lo que hace.
Dada la gravedad de la crisis, me parece que poco. Hemos aprendido algunas cosas, pero un diagnóstico de la crisis cultural y de valores, no la hemos hecho. El aprendizaje no ha estado a la altura de la gravedad de la crisis. Por ejemplo, los niveles de corrupción siguen estando muy altos y gran parte de la crisis es de confianza. Hay mucha gente pasándolo mal y algunos forrándose. Por eso creo que el aprendizaje no ha sido bueno.
No lo estamos exprimiendo al máximo. Es cierto que la pregunta es universal pero la respuesta debe ser particular. Creo que íbamos a un sitio muy feo, estábamos convirtiéndonos en un país de dinero rápido, fácil e inmediato, viviendo del qué dirán y de la estética… En ese sentido sí que ha habido un aprendizaje. Pero deberíamos ir a las causas de la crisis, a la dimensión moral de la misma.
La crisis sí que ha requerido aligerar peso para hacer las cosas bien. Si estás con sobrepeso, las posibilidades de infarto son mayores. Otra cosa es que no sabes si se ha aligerado peso dónde se debería, si se han ido los que deberían haberse ido o permanecen algunos de los responsables que nos han llevado a esta situación. Muchas empresas, sobre todo privadas, han hecho sus deberes. Algunas ya están tocando hueso, más recortes ya no caben, pueden incurrir en anorexia. Ahora ya toca pensar en positivo. Ya no se trata sólo de gestionar los costes mejor, si no que hay que apelar al ingenio, a la creatividad, a la capacidad de innovar… Para eso se necesita gente preparada, con un horizonte y un compromiso. Hay que ofrecer una perspectiva, contagiar energía, compartir sueños,… Ese es el reto, para pasar esta página y escribir otra.
Sí, pero un optimismo realista. A mi no me gusta el optimista que soslaya, que vende humo, que proyecta un futuro que no llega. Ese optimismo me parece un fraude, una falta de autenticidad a la hora de hacer las cosas bien. El optimista es aquel que está jugando un partido que está muy complicado e incluso perdiendo se aferra a su talento, esfuerzo, trabajo, pelea como nunca y acaba ganando el partido. Y lo gana porque lo ganó antes en su cabeza. El triunfo exterior es consecuencia de la plenitud interior.
Santiago Álvarez de Mon, profesor del IESE Business School
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